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Matar al toro en la corrida, una excepción que perdura en un pueblo portugués
Matar al toro en la corrida, una excepción que perdura en un pueblo portugués / Foto: Patricia DE MELO MOREIRA - AFP

Matar al toro en la corrida, una excepción que perdura en un pueblo portugués

A los pies del matador, el toro ensangrentado se derrumba entre los aplausos de los aficionados. Una corrida inusual en Portugal, donde está prohibido matar al astado ante el público, salvo en la localidad de Barrancos, cercana de España y al amparo de una normativa de excepción.

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"A algunos les gusta, y a otros no. Hay que respetar las tradiciones y la cultura. Es importante que siga siendo así", apunta Leonor Burgos, una estudiante de 18 años que vino a ver este espectáculo de tauromaquia en la plaza de la iglesia, adaptada con motivo de las fiestas anuales del municipio, en el sureste del país.

En las corridas portuguesas, el toro no recibe la muerte en la plaza desde finales del siglo XIX, y en 1928, una ley prohibió dicha práctica.

Sin embargo, en Barrancos siempre se hizo caso omiso de esta ley, y el pueblo ha mantenido la tradición de que en la corrida el torero mate al astado delante del público, como se hace en la vecina España.

En 2002, e invocando las tradiciones establecidas, el Parlamento portugués otorgó una normativa de excepción a Barrancos y Monsaraz, otra localidad de la región del Alentejo, bastión de la tauromaquia portuguesa.

"¡Tener por ley una excepción es fantástico!", se felicita el matador Nuno Casquinha que, vestido de chaquetilla azul marino, se dispone a pisar el albero, donde lo esperan decenas de espectadores en gradas de madera levantadas para la ocasión.

"Es muy gratificante para nosotros", porque en Barrancos "podemos ejercer plenamente nuestro oficio", añade este matador portugués de 37 años y pelo engominado.

En la corrida a la portuguesa, el toro se lanza a la arena y la faena corre a cargo de un toreador a caballo.

Luego es inmovilizado por ocho hombres, que se agarran al cuello y los cuernos del animal. Al final, el toro es sacado de la plaza, para ser sacrificadoen el matadero, lejos de la vista de los aficionados.

El municipio de Barrancos, de 1.500 habitantes y a un kilómetro de la frontera española, ve la corrida como algo constitutivo de una identidad cultural propia.

Para los antitaurinos, en cambio, la tradición no puede justificar una práctica que califican de "anacrónica".

"Los derechos de los animales son fundamentales", gritaron el jueves unas treinta personas ante el Campo Pequeno de Lisboa, una plaza en la que tuvo lugar una de las últimas "touradas" de la temporada.

La excepción de Barrancos "no tiene lugar de ser", máxime cuando la legislación "reconoce la naturaleza violenta de las corridas", apunta Tania Mesquita, una jurista del partido PAN (Partido de los Animales y la Naturaleza), que milita por la prohibición de los espectáculos taurinos.

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