Recolectar trufas en Siria, un peligroso medio de vida
En el mercado de la ciudad de Hama, en Siria, Mohamad Salha vende las trufas que recogió en pleno desierto arriesgando su vida por las minas antipersonales y los ataques yihadistas.
Desde febrero, 130 personas murieron buscando trufas, víctimas de las minas sembradas por el grupo yihadista Estado Islámico (EI) o de los disparos de sus combatientes atrincherados en el desierto, según un recuento del Observatorio Sirio de los Derechos Humanos (OSDH), una ONG con una amplia red de fuentes en Siria.
"Es un medio de vida lleno de sangre. Nos arriesgamos a morir para encontrarlas, pero no nos importa, queremos poder alimentar a nuestros hijos", afirma Mohamad Salha delante de bolsas llenas de champiñones.
El joven de 31 años acaba de pasar una semana recorriendo el desierto, cerca de su aldea de los alrededores de Hama (centro), en busca de estos champiñones vendidos a un precio considerable para el mercado sirio.
"Salgo de casa todos los días y no sé si volveré a ver a mi esposa e hijos", añade. "Oro amarillo, ven a comprar oro amarillo", clama para interpelar a los clientes.
El kilogramo se vende entre 5 y 25 dólares, según el tamaño y la calidad, en un país donde el salario medio mensual es de 18 dólares.
Menos fragantes que las trufas francesas o italianas, las trufas de las arenas sirias están consideradas entre las mejores del mundo y sólo pueden recogerse en la temporada de lluvias, entre febrero y abril.
- A veces ganas, otras pierdes -
Debido al colapso económico causado por la guerra en Siria, cada vez más aldeanos se arriesgan a ir a buscarlas. "Durante la temporada de las trufas se hacen muchas ganancias (...), pero arriesgando nuestra vida", resume Mohamad Salha.
En los escaparates del mercado, las cajas de trufas se alinean frente a decenas de vendedores sentados en el suelo. Venden su cosecha en medio de una multitud de mayoristas. Uno de ellos, Omar Al Boch, abre la subasta a 4,5 dólares el kilo, pero el precio sube rápidamente a 9 dólares.
Muchos comerciantes compran las mejores trufas en Hama y las exportan a Irak y Líbano, o las envían de contrabando a los países ricos del Golfo, vía Jordania, señala Jamaledine Dakak, mayorista de Damasco.
Yusef Safaf, un comerciante de 43 años, compra las trufas a beduinos que vienen a vender su precioso botín cada mañana. "Algunos todavía tienen la ropa manchada de sangre" cuando llegan al mercado, dice. "Otros han perdido a sus seres queridos recogiendo trufas y siguen haciéndolo (...) porque no tienen opción", lamenta.
A principios de marzo, una fuente militar citada en un periódico llamó a los sirios "a no ir al desierto a recoger trufas (...), ya que las operaciones de limpieza de las células del Daesh (acrónimo árabe del EI) estaban en curso".
"Hay muchas minas antipersonales y artefactos explosivos" en estas áreas, agregó.
Casi 10,2 millones de sirios viven en zonas infestadas de artefactos explosivos, que causaron alrededor de 15.000 muertes entre 2015 y 2022, según la ONU.
A pesar de las frecuentes advertencias de las autoridades, esta actividad de alto riesgo continúa.
Hace tres años, Jihad Al Abdalá perdió una pierna cuando se dirigía a buscar y una mina explotó al paso del camión que conducía en el desierto, al este de Hama.
Desde entonces, el joven de 30 años viaja con muletas pero no renunció a vender trufas. Recoger trufas, "es como jugar a las cartas", afirma, sentado frente a sus trufas. "A veces ganas, otras pierdes. Es una apuesta y la acepto", resume.
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