La resistencia ucraniana en el frente del este, "estable pero crítica"
La docena de soldados ucranianos, nerviosos y cansados de la batalla, que se refugiaban el sábado bajo un puente para evitar los proyectiles rusos, forman la última línea de defensa contra la ofensiva rusa en Severodonetsk, la ciudad más al este controlada por Kiev.
Detrás de ellos quedan los restos aún humeantes de lo que era antes de la guerra una ciudad industrial de 100.000 habitantes.
La toma de Severodonetsk por parte del ejército ruso significaría de facto que las tropas de Moscú controlan la región de Lugansk, la más pequeña de las autoproclamadas repúblicas separatistas prorrusas.
En un pasaje subterráneo de la periferia norte de Severodonetsk, militares dan órdenes de forma convulsiva en walkie-talkies, junto a una camioneta calcinada.
En un lado hay misiles antitanques, junto a una tetera, que permite llenar los termos de los soldados con agua caliente.
Sus rostros no pueden esconder el cansancio.
"Prefiero no estimar cuánto tiempo podemos aguantar. Todo lo que puedo decir es que todavía estamos aquí", declara un comandante ucraniano, que requirió el anonimato.
"¿La mejor forma de describir la situación? Estable pero crítica", dice con ironía.
- Aislados del mundo -
En estas últimas semanas de guerra, hay una tendencia clara en el frente este de Ucrania.
Por un lado, las unidades ucranianas contraatacan y avanzan al este de la gran ciudad de Járkov. Por el otro, los rusos ganan terreno poco a poco a unos 150 km al sureste de los avances ucranianos.
Los dos ejércitos convergen hacia una batalla que podría determinar si el ejército ruso puede tomar la ciudad estratégica de Kramatorsk.
Entretanto, Severodonetsk se ha transformado en un paisaje lunar, con las carreteras sembradas de cráteres y los edificios calcinados.
Algunos vecinos intentan arreglar las líneas eléctricas, subiéndose a los postes.
"No tenemos ni electricidad ni agua desde hace dos semanas", explica Gennadi Lastovets, un obrero de 55 años, mientras espera que llegue un vehículo que debería evacuar a su padre de 81.
"Pero, honestamente, no tengo ni idea de cómo va la guerra", añade. "Hay rumores pero no tenemos acceso a internet, ni conexión telefónica".
- Sin esperanza -
Todo lo que sabe Galina Abdurashikova, de 65 años, es que sigue viva, después de haberse arrastrado, descalza, por su apartamento, alcanzado por un misil, y haber pasado cinco días sola en un coche abandonado.
"No tengo nada para comer ni beber. Tenía una botella de agua conmigo, pero ahora ya no. Tengo la boca seca", murmura.
Su viejo Lada es el único vehículo todavía presente en la calle principal que cruza la zona industrial de la cual ni soldados ni civiles parecen querer salir.
"Ya no tengo miedo a nada", dice, mientras se oyen detonaciones en varios lugares de la ciudad.
"Al principio, tenía miedo que esas cosas me mataran. Ahora ya no. Si me toca, me toca".
- "Se fueron" -
Actualmente, la ciudad está dirigida por una administración civil-militar que opera en un edificio que, antes de la guerra, acogía a varios organismos humanitarios extranjeros.
Pero estos cooperantes dejaron el lugar después de que sus gobiernos les instaran a irse, antes del inicio de la invasión rusa el 24 de febrero.
Los únicos que quedan, entre ellos algunos europeos, se sienten abandonados y traicionados. Ahora, gran parte de su trabajo consiste en ayudar a los militares ucranianos que distribuyen comida.
"Se fueron y nunca miraron para atrás", lamenta el cooperante británico Philip Ivlev-York.
El jefe de la administración municipal, Oleksander Striupe, está ocupado en un sótano comprobando unos papeles para ver dónde enviar los víveres disponibles.
Una salva de disparos de defensa le obliga a alzar la vista.
"La situación es tensa porque los ataques cada vez son más frecuentes", dice. "Intentan tomar la ciudad, pero nosotros la defendemos".
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