El Expreso de Oriente, una fiesta sobre raíles entre la Anatolia nevada
En el andén de la estación de Ankara llega la hora de los autorretratos ante vagones blancos y rojos. A bordo del Expreso de Oriente, Yoruk ya ha colgado las guirlandas, extendido el mantel rojo y colocado las botellas.
El Expreso de Oriente, o Turistik Dogu Ekspresi, es el más codiciado y festivo de los trenes en Turquía. Impregnado de un ambiente de campamento de vacaciones, el convoy se abre paso por los altiplanos nevados de Anatolia, bordeando los primeros meandros del Éufrates.
A lo largo de 1.300 kilómetros, con numerosos volteos para esquivar los accidentes geográficos, el tren conecta dos veces por semana la capital Ankara con Kars, una gran ciudad del noreste cerca de Georgia y Armenia, en un trayecto de 32 horas en el mejor de los casos.
Dentro todos se sienten afortunados. Conseguir un billete no es nada fácil: los nueve vagones y 180 literas (dos por compartimiento) no bastan para satisfacer la alta demanda, especialmente con la suspensión del servicio en 2020 por la pandemia apenas un año después de su lanzamiento.
Muy fotogénico, con una presencia orínica entre valles nevados, el Expreso de Oriente debe parte de su éxito a las redes sociales, especialmente Instagram.
"La línea Ankara-Kars figura entre las cuatro líneas ferroviarias más bellas del mundo, según los escritores de viaje", afirma a AFP Hasan Pezük, director de la sociedad de ferrocarriles turca TCDD.
"¡Era yo quién quería este viaje! Pero las plazas desaparecen muy rápido... Para mi familia y para mí es realmente un momento muy especial", asegura Zulan-Nour Komurcu, una morena de 26 años que celebra su cumpleaños con su familia.
"Es mi regalo", sonríe la joven, que colocó una corona de abeto y una guirlanda de lamparillas de color malva en la cabina. Encima la mesa, cubierta con un mantel bordado, están dispuestas las galletas y la tetera de porcelana.
- Tres meses de nieve -
Los billetes son todavía más buscados porque el tren solo circula entre el 30 de diciembre y finales de marzo para aprovechar los paisajes nevados, como una especie de minitransiberiano, en el que es inevitable pensar, explica Fatih Yalcin, ingeniero técnico del convoy.
"Siempre hay algo que arreglar", señala mientras revisa una instalación eléctrica. "La semana pasada estábamos a -24 ºC (...), el agua helada. A veces desciende a -40 ºC".
"Intervengo cuando es necesario y sin molestar a los pasajeros. Verlos subir y bajar contentos, para mí es un verdadero placer", explica.
En el vagón restaurante, con manteles blancos y una bola de luces como sacada de una discoteca, el servicio se efectúa durante todo el trayecto.
Es allí que Ilhemur Irmak y sus amigas jubiladas se encuentran para tomar un té mientras el cielo se ilumina. Las 40 mujeres proceden de Bursa, en el mar de Mármara (oeste).
"Estamos sobre todo en un retiro de nuestros maridos y nuestros padres", exclama Ilhemur, provocando una carcajada general.
Como la mayoría de pasajeros, embarcaron con sus propias provisiones y, en algunos casos, son un verdadero bufet de dulces.
Hay otro tren, más directo y menos festivo, que cubre el mismo recorrido en una veintena de horas sin hacer las paradas turísticas.
Pero el objetivo no es tanto llegar, sino disfrutar del viaje a través de los espectaculares paisajes de las provincias del interior turco como Kayseri, Sivas, Erzincan o Erzurum. Y, durante la noche, hacer fiesta.
- Nostalgia -
Yoruk Giris, abogado de 38 años, se organizó con dos amigas para aguantar hasta altas horas. Una guirlanda luminosa blanca, un hombre de nieve de yeso, velas y un altavoz portátil que emite rock turco. Los whiskys están en la mesa, junto a algunos aperitivos y cervezas al fresco.
"Era un sueño de hace tiempo. Hacía falta hacer algo alegre: nos hemos preparado mucho", afirma el hombre.
A medida que avanza la noche, los grupos se encuentran en el pasillo y comparten bailes y música. Entre ellos, dos parejas en la cincuentena, "amigos desde el instituto", que confían en "pasar buenos momentos juntos".
Uno de ellos, Ahmet Cavus, siente "nostalgia". "Revivimos los viajes que hacíamos, de niños, con los abuelos", revela.
En un retrato en miniatura de la sociedad turca, el tren reúne a todo tipo de gente: mayores y jóvenes, con estilos distintos, algunos más desinhibidos, otros más reservados. Alcohol en un compartimento, rezos dos puertas más allá.
Después de un día y una noche en el tren, el ambiente no afloja. En Erzurum, la última parada a 1.945 metros de altitud, varias decenas de pasajeros empiezan un baile tradicional en el andén helado, animados por la crepitante radio del vendedor de té.
El termómetro de la estación señala -11 ºC, pero eso no los desmotiva. Resignado, el maquinista aplaza sonriente la salida hacia Kars, moviéndose al ritmo de la música.
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